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Seminario: Lecturas del sinthome

De lo que se trata para Jacques Lacan cuando dicta su seminario de 1975-1976 Le sinthome es de escribir una disfunción, ligada al goce, al cuerpo y al sentido. Clásicamente llamamos síntoma a una disfunción del cuerpo, y nos disponemos a repararla. Pero en esas lecciones de la más última enseñanza de Lacan, Jacques-Alain Miller nos enseña a leer que el futuro del psicoanálisis no reside en la reparación, sino en la capacidad de los analistas de ser discretos en la interpretación.
El más último Lacan vuelve sobre el trauma Freud, sobre el agujero que dejó escrito. Pero no podemos repetir los tapujos de Freud. De ahí la importancia de los ensayos lacanianos para efectuar una nueva escritura que soporte bien la relación de exclusión entre el sentido y lo real. Esa es la disfunción.
El psicoanalista disponía de un instrumento para acercarse a lo real: la verdad. Pero ahora es preciso reconocer que, como dice Jacques-Alain Miller en su Curso del pasado año, “cuando se trata de lo real, la verdad va a la deriva”.
Las lecciones de Lacan sobre el sinthome, ¿hay que tomarlas como la mayor simplicidad o como la más compleja de las formulaciones? Lacan nos deja siempre con esa duda, y es que no se trata de comprensión o de cálculo, sino de transferencia de la ignorancia.
Comisión: Ana Cases, Elizabeth Escayola, Amalia Rodríguez, Antoni Vicens (responsable), Francesc Vilà.

CALENDARIO

21:00 h

15 de noviembre de 2007. Antoni Vicens: "Lo real, lo simbólico y lo imaginario: nueva escritura".
24 de enero de 2008. Antoni Vicens: "El inconsciente fuera del sentido"
29 de mayo de 2008. "La polisemia del sinthome"
Título
El inconsciente fuera del sentido
Fecha
24/01/2008
Horario
21:00 h.
Participantes
Antoni Vicens
Descripción
Un paso más atrás del discurso del Otro está el Uno. El inconsciente se configura como represión de un sentido que se fuga; así extiende sus redes para no dejar escapar el pez simbólico. Pero con ello deja fuera lo real, que no entra, o que hace vacuola. Así las cosas, Jacques-Alain Miller nos lanza al trabajo de saber lo que sería un inconsciente real, que no sería entonces discurso. Para ello hemos de contar con el Uno del cuerpo y con “lalalia” (proponemos traducir así “lalangue”).
Título
Lo real, lo simbólico y lo imaginario: nueva escritura.
Fecha
15/11/2007
Horario
21:00 h.
Participantes
Antoni Vicens
Descripción
En su Seminario XXIII, Le sinthome, Jacques Lacan se propone una nueva escritura de las tres dimensiones de lo simbólico, lo imaginario y lo real. El esfuerzo proviene del Seminario anterior, R.S.I., que prepara el camino para la introducción del cuarto elemento, el sinthome. Examinaremos la nueva escritura que Lacan efectúa de sus tres dimensiones, aquellas que ya había introducido en 1953, con su conferencia “Le symbolique, l’imaginaire et le réel” (publicada en Jacques Lacan, Des Noms du père, París, Seuil, 2005). Esta tríada atraviesa la enseñanza de Lacan durante veinte años, y viene a tomar aquí una nueva formulación.
El punto de partida es la pendiente general que lleva a homogeneizar lo real, lo imaginario y lo simbólico, y a tomarlos como una continuidad. En su Seminario XXIII, Lacan presenta dos formas de anudamiento de los tres elementos. La primera toma la forma del nudo de trébol, un nudo de tres lóbulos continuos, en el cual se pasa de un término al otro sin solución de continuidad. Este nudo continuo es la psicosis paranoica; es la paranoia normal. Cuando la consistencia de los tres es la misma, estamos en el elemento descrito por Lacan en su tesis doctoral, donde la psicosis paranoica es la personalidad misma: es el nudo en tanto que soporta la creencia en una subjetividad transparente.
Digamos que el nudo, a diferencia de la cadena, hace nudo sin hacer agujero. En este sentido, el nudo es la buena circulación, la que permite prescindir del agujero o hacer como si éste no existiera. La segunda forma de anudamiento es la que se sostiene por el discurso analítico, y que implica una intervención en sentido contrario a la continuidad aparente para separar tres aros en una cadena. Como condición, ha de mostrar la consistencia propia y autónoma de cada una de esas tres dimensiones, para luego poder definir la relación que la cadena escribe entre ellas.
En el Seminario XXIII, la operación analítica aparece descrita como la creación de una serie de ayustes (término que traduce lo que Lacan denomina épissures, empalmes, tal como se utiliza en marina), con el fin de restablecer la continuidad interrumpida. Pero ello requiere una distinción previa entre imaginario, simbólico y real. De algún modo pues, la posición del psicoanalista en la cura implica estar advertido de la separación entre las tres dimensiones, para dejar que en la cura el sujeto de la experiencia vaya tejiendo una nueva continuidad que le permita un cierto bienestar.
A partir de esta consideración, Lacan sitúa la posición de Freud en el psicoanálisis. Freud fue aquél que describió a su manera las tres consistencias exigidas por el fundamento del discurso psicoanalítico, pero no pudo mostrar la relación que hay entre las tres sin añadir un cuarto elemento, que cumple una función de sueño: el Nombre-del-Padre, al cual da una consistencia de mito: la saga de Edipo, la protohistoria de la horda originaria en Tótem y tabú, o la posición creadora de Moisés. También cumple esa misma función aquella entidad que Freud denominó la “realidad psíquica”.
Lacan procede pues en este orden: primero sostiene que ese cuarto no es indispensable para garantizar el anudamiento de las tres dimensiones; una vez hecha esta demostración, que es también una interpretación del deseo de Freud, Lacan construye las otras posibilidades, no freudianas, para construir una cadena con cuatro redondeles. El cuarto elemento pondrá de relieve entonces –y esa es la labor del Seminario XXIII–, nuevas posibilidades de reparación de una cadena de tres que no se sostiene por sí misma. La solución freudiana, la introducción del Nombre-del-Padre como cuarto redondel, pasa a ser una entre otras salidas clínicas. La mostración de esta operación freudiana le permite a Lacan definir otras posibles operaciones de completamiento de la consistencia del nudo; en particular, la efectuada por James Joyce, que viene a ser el protagonista de una operarción inédita que el psicoanalista puede aprender como recurso clínico nuevo, psicoanalítico pero no freudiano.
La homogeneización de los tres redondeles de la cadena, su conversión en nudo de trébol, parte de la posibilidad de tomarlos en la consistencia imaginaria de la que cada uno de los tres es portador. Pero tomarlos en su discontinuidad implica salir del señuelo de la unidad imaginaria. Para ello hay que aplicar a la cadena en su conjunto las tres mismas dimensiones que escribe la cadena. Así podemos ver cómo hay que diferenciar, para cada redondel, su consistencia imaginaria, el agujero simbólico que escribe, y lo que Lacan denomina su ex-sistencia real. Por ese camino podemos considerar la cadena no solamente como algo imaginario, sino real. Para conseguir esta consideración, Lacan pondrá a contribución los recursos que le ofrece la topología.
Para empezar, tomados los redondeles de dos en dos, sus consistencias no forman cadena; están simplemente superpuestos. Lo que es real del nudo es que, cuando los redondeles son al menos tres, hay algo en común a sus tres consistencias.
Vistas así las cosas, real, imaginario y simbólico son, cada uno de ellos, reales. Eso quiere decir, en consecuencia con el dibujo lacaniano de la cadena de tres, una exclusión del sentido. Los tres redondeles son agujeros, esto es, letras y, por tanto, y en la medida en que el nudo (o cadena) se sostiene por los nombres, son Nombres-del-Padre.
Hay que tener en cuenta que, como nos advierte Lacan, los agujeros real, simbólico, imaginario no son los orificios del cuerpo. Esto quiere decir que estamos aquí en una lógica distinta de la de los objetos a, definidos a partir de los bordes corporales. Los orificios del cuerpo son preedípicos, eso sí, pero su consistencia hace de ellos más bien tapones que agujeros. El tapón no nos esclarece la naturaleza del orificio al cual se aplica. El objeto a no nos aclara cuál es el agujero de los aros de la cadena. El cuerpo no es afín al agujero.
Examinemos ahora la lógica de los nudos en lo que se refiere a la dimensión de lo simbólico. Lacan procede en el Seminario XXIII a una redefinición de lo simbólico. Dimensión considerada siempre como preeminente (el índice de los Escritos elaborado por Jacques-Alain Miller enuncia: “La supremacía del significante”). Lacan se apoyó en esto durante muchos años de su enseñanza; como lo recuerda Miller en su Curso de 2006-2007, Lacan confiesa haber “delirado con la lingüística”. La estructura fue el recurso de muchos años para otorgar primero una cientificidad al inconsciente; luego la idea de trazo o rasgo indicaron un nuevo camino, que desemboca en su más última enseñanza en el agujero, del que no hay rastro escrito.
Para la nueva definición, Lacan parte de la idea de que, más que la estructura, lo fundamental en lo simbólico es el equívoco. El equívoco significante se resolvía en la escritura; pero ahora hay que considerar que, por la escritura, lo simbólico produce un efecto de sentido, el cual está orientado. Y esa orientación es la imbecilidad del ser hablante, la que le hace olvidar la muerte. Hay que considerar al contrario que la muerte está del lado de lo simbólico; que, para todos y para cada uno, la muerte es lo Urverdrängt en lo simbólico. Es algo imposible, y que como tal es irreductible al inconsciente.
Lo simbólico no es sólo blablabla – es que las palabras portent, tienen alcance, surten efecto, tienen consecuencias. La primera consecuencia del símbolo es la de dividir al sujeto en enunciado y enunciación. Esto reparte el sentido del lado del enunciado y el enigma del lado de la enunciación. Esa enunciación, que nunca entra en ningún enunciado, es el hecho por excelencia. La enunciación es el límite de lo dicho, tal como decíamos que la muerte no entra en lo simbólico.
El lenguaje agujerea lo real; el lenguaje se come lo real: estos son enunciados lacanianos que significan que nada se opone a lo simbólico. En él consiste el hecho mismo que es el ser del ser hablante. Luego se despliega lo simbólico como sentido, como objeto a, como goce fálico, como inconsciente.
Interés especial habrá de tener el sentido, que ocupa un lugar especial en la cadena de tres. Como tal es aquello que está excluido de lo real; y habrá que explicar lo que eso significa. Digamos de momento que se produce en la conjunción de lo simbólico y lo imaginario; que, respecto a él, el objeto a es un semblante; y que el goce fálico surge de la relación entre lo simbólico (la palabra) y lo real (el goce).
De este goce fálico Lacan dice que hay que considerarlo como un goce restringido, o, mejor, como un goce parasitario. Con esto hay que tomar en consideración que el goce fálico no es el goce peniano. Éste es goce del doble, de la imagen especular, del cuerpo. Es ese goce el que “constituye propiamente los diversos objetos que ocupan las hiancias de las cuales el cuerpo es soporte imaginario”. Por su lado, el goce fálico se produce en la conjunción de lo simbólico y lo real.
Lo simbólico está especializado como agujero. Pero el 1 agujero está fuera, allí donde se revela que no hay Otro del Otro.
En lo que se refiere a lo imaginario, hay que considerar que es, él mismo, el soporte de la consistencia (mientras que, recordémoslo, lo simbólico es el agujero y lo real la ex-sistencia).
Quizá lo imaginario no ex-siste: se va con un soplo. Es la debilidad mental del ser hablante. O sea: es la mente, esa entidad que preocupa tanto a los filósofos de nuestro tiempo.
No guarda ninguna relación con nada que no sea el cuerpo, entendiéndolo aquí como reflejo del organismo. Esa mente es el único único testimonio de que el cuerpo está vivo.
En lo imaginario no salimos de ahí. Si pudiéramos hacer que ex-sistiera, que tuviera el valor de un hecho, se trataría entonces de otro real.
Hay un dominio usual de la función imaginaria, que dura y se aguanta: la consistencia. Pero Lacan nos invita a considerar otra consistencia, aquella que sólo podría ser dada por el agujero. Pero, para empezar, la consistencia del cuerpo es imaginaria. Si encontrásemos la consistencia de agujero para lo imaginario, obtendríamos un progreso.
El falo le da cuerpo al imaginario; y el concepto viene de ahí: es un Begriff, algo que se greifen, que se agarra, que se empuña, que se ase con la mano. Pero hay otra posibilidad para el Begriff, la que provendría del saco o del vaso contenedor. Si tomamos en cuerpo como vaso, es concepto real.
Hay alguna homogeneidad entre lo imaginario y lo real. Se mantienen entre el 0 y el 1, mientras que lo simbólico tiene como índice el 2.
Siempre algo permanece pegado a la imagen del cuerpo, no al vaso que es: algo Unheimlich, que constituye una inhibición específica.
Volviendo aquí al goce peniano, Lacan señala que ocurre en el nivel de la mirada imaginaria. Ese goce “constituye propiamente los diversos objetos que ocupan las hiancias de las cuales el cuerpo es soporte imaginario”.
El caso es que hemos de acostumbrarnos a un nuevo imaginario, que, en su conjunción con lo simbólico instaura el sentido.
Abordemos finalmente la dimensión de lo real. Empezando por el final: en todo lo que digamos, nos advierte Lacan, siempre se podrá decir que el real que él define es el síntoma de Lacan. Pero sólo aceptando esta paradoja podremos entrar en la dimensión del más último Lacan.
Lo real es lo estrictamente impensable. Es el motor de la práctica analítica, en tanto que ésta opera reduciendo el sentido, despojando a lo real de eso que, de hecho, no pertenece a lo real.
El efecto de sentido exigible del discurso analítico ha de ser real. Pero ello es imposible, porque el sentido está excluido de lo real. ¿Cómo producir un efecto real de sentido? Quizá existe una escritura diferente del nudo, a partir de la recta infinita, gracias a la cual el sentido no aparecería como excluido absolutamente de lo real.
Y aquí cabe una nueva advertencia: el efecto de sentido no es el sentido. No puede ser efecto real de sentido producir más sentido; el sentido no para de hacer sentido. El efecto real ex-siste al sentido. Lo real no tiene sentido. Lo real es sin ley. Lo real no tiene orden. Lo real no es todo. Su única idea sensible es el trazo de escritura.
Por su parte, Freud llamó vida al agujero de lo real.
Lo imposible de lo real es perfectamente compatible con la consistencia de lo imaginario. Aquél se presenta como lo imposible de romper. Y ahí es donde lo real topa, pega contra algo que limita. Lo real sólo tiene ex-sistencia en la medida en que encuentra la detención que le producen lo simbólico y lo imaginario.
La noción de lo real debe ser distinta de lo simbólico y lo imaginario. El fastidio es que, en este trato, lo real hace sentido, cuando lo real se funda en tanto no tiene sentido, en tanto excluye el sentido o en tanto está excluido de él. Y, entonces, la forma más desprovista de sentido de aquello que, de todos modos, se imagina, es la consistencia. Pero nada nos obliga a imaginar la consistencia.
Es a través de pequeños trozos de escritura que, históricamente, se ha entrado en lo real, es decir, que se ha dejado de imaginarlo. Se trata de las pequeñas letras matemáticas. Y podría ser que la escritura tuviera algo que ver con la manera cómo escribimos el nudo.
El goce es real. Pero esto presenta grandes dificultades, porque, tal como lo descubrió Freud, el goce de lo real comporta el masoquismo.
Lo real no puede ser solamente uno de esos redondeles. Es la manera misma de presentarlos en su nudo de cadena lo que hace lo real del nudo.
Lo real mete fuego a todo. Pero es un fuego frío. El fuego que arde es una máscara de lo real. Lo real ha de ser buscado en otro lado, del lado del cero absoluto, de los 0° Kelvin, o sea, 273° bajo cero. El orden molecular aumenta cuanto más fría está la materia; el calor, en cambio, es el desorden molecular. No hay límites en lo que se puede imaginar como altas temperaturas (en ciertas regiones del espacio se pueden conjeturar temperaturas de decenas de millones de grados en el interior de alguna estrella). Pero, en cambio, por abajo, hay un límite.
Sólo podemos alcanzar trozos, cabos, pedazos de real. Lo real lacaniano es siempre un trozo, un troncho, alrededor del cual el pensamiento borda. Pero lo real como tal no se liga con nada.
Hay pequeñas emergencias históricas de lo real. Lacan señala que Newton hizo emerger lo real de la masa; y Kant hizo de ello una enfermedad. Podemos añadir algún otro ejemplo. Rousseau hizo emerger lo real del Estado, y provocó una revolución. Marx hizo emerger lo real del capitalismo, y provocó más que una revolución. ¿Cuál es el real que hizo emerger Freud? Cuando alguien alcanza un pedazo de real, produce un gran efecto. Del real hecho emerger por Freud, nosotros somos efecto.
Supongamos que lo que enuncia “no hay rapport sexual” es un trozo de real. El problema es que está expresado de manera negativa, entre el sí y el no, lo que permite sospechar que no se trata de un trozo de real, porque lo propio de lo real es no ligarse con nada.
¿La solución sería el nudo borromeo? Lo real en la cadena sería denominar a uno de los redondeles real. Lo real del psicoanálisis sería una invención de Lacan, a partir de la distinción entre real y realidad. La realidad es lo que funciona; lo real no funciona.
Freud renueva una instancia de saber bajo la forma del inconsciente. Pero el inconsciente freudiano no supone obligatoriamente lo real en el sentido de Lacan.
Como hemos visto, la obra de Lacan opera una simplificación sobre la de Freud, que necesita un cuarto redondel para que lo simbólico y lo imaginario se sostenga.
Lo real en el sentido de Lacan permitiría anudar lo simbólico y lo imaginario sin ninguna otra instancia.
Ahora bien, como decíamos más arriba: quizá este es el síntoma de Lacan; y quizá toda su invención es un sinthome.

Antoni Vicens

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