Clínica y pragmática de la desinserción en psicoanálisis. Hacia el encuentro PIPOL4
Para este sábado adoptamos el título mismo, propuesto por Jacques-Alain Miller, de las Jornadas PIPOL4, que tendrán lugar en 2009 en Barcelona. Las Jornadas internacionales PIPOL están pensadas como un encuentro entre practicantes e interesados en las formas que toma el psicoanálisis aplicado y su tratamiento de los síntomas contemporáneos.
Las formas clínicas que se dirigen al psicoanálisis suelen implicar alguna forma de desinserción social. Infinitas son sus formas: un leve sentimiento de no ser comprendido, una misión salvadora delirante, una desconexión sentida como irreversible, el aislamiento del creador frustrado, la asocialidad del neurótico que no consigue atraer a su síntoma los agentes sociales que le parecen implicados, los refinamientos de la seducción histérica o las intrigas obsesivas. Siempre encontramos en el síntoma una desconexión del sujeto respecto de los demás. Tal como lo señala Jacques-Alain Miller en su presentación del encuentro PIPOL4 (en La Lettre mensuelle, 261, pp. 25-29), la “realidad psíquica” descubierta por Freud es, de hecho, la realidad social, lo que quiere decir el lenguaje con sus modos de discurso. La lengua teje y desteje nuestros vínculos sociales. El lenguaje produce significaciones en abundancia; y lo que le importa al sujeto es que todas esas significaciones se liguen en algún tipo de sentido que se corresponda con su sentimiento “de formar parte de su mundo, es decir, de su pequeña familia y lo que gira a su alrededor” (Lacan, citado por Miller en su presentación de PIPOL4).
De ahí, para los usos del psicoanálisis aplicado, se deduce una pragmática clínica de nuevo cuño, que responde plenamente al valor del acto analítico, sin dejarse coartar por lo aplicado del tratamiento. De lo que se trata no es de que algo que no funcionaba vuelva a funcionar, sino de que aquello que inevitablemente no funciona se ponga al servicio de la vida.
Comisión de organización: Josep Maria Panés, Victoria Vicente y Antoni Vicens (responsable)
Participan: Araceli Teixidó, Francisco Burgos, Myriam Chang, Xavier Esqué, Silvia Grases, Cecilia Hoffman y Juan Ramón Lairisa,
Las formas clínicas que se dirigen al psicoanálisis suelen implicar alguna forma de desinserción social. Infinitas son sus formas: un leve sentimiento de no ser comprendido, una misión salvadora delirante, una desconexión sentida como irreversible, el aislamiento del creador frustrado, la asocialidad del neurótico que no consigue atraer a su síntoma los agentes sociales que le parecen implicados, los refinamientos de la seducción histérica o las intrigas obsesivas. Siempre encontramos en el síntoma una desconexión del sujeto respecto de los demás. Tal como lo señala Jacques-Alain Miller en su presentación del encuentro PIPOL4 (en La Lettre mensuelle, 261, pp. 25-29), la “realidad psíquica” descubierta por Freud es, de hecho, la realidad social, lo que quiere decir el lenguaje con sus modos de discurso. La lengua teje y desteje nuestros vínculos sociales. El lenguaje produce significaciones en abundancia; y lo que le importa al sujeto es que todas esas significaciones se liguen en algún tipo de sentido que se corresponda con su sentimiento “de formar parte de su mundo, es decir, de su pequeña familia y lo que gira a su alrededor” (Lacan, citado por Miller en su presentación de PIPOL4).
De ahí, para los usos del psicoanálisis aplicado, se deduce una pragmática clínica de nuevo cuño, que responde plenamente al valor del acto analítico, sin dejarse coartar por lo aplicado del tratamiento. De lo que se trata no es de que algo que no funcionaba vuelva a funcionar, sino de que aquello que inevitablemente no funciona se ponga al servicio de la vida.
Comisión de organización: Josep Maria Panés, Victoria Vicente y Antoni Vicens (responsable)
Participan: Araceli Teixidó, Francisco Burgos, Myriam Chang, Xavier Esqué, Silvia Grases, Cecilia Hoffman y Juan Ramón Lairisa,
CALENDARIO
24 de noviembre de 2007, de 9,30 a 14 horasLugar: Avda. Diagonal, 333, 3º 1ª, 08037, Barcelona
- Título
- Desinserción y variedad clínica
- Fecha
- 24/11/2007
- Horario
- 09:30 h.
- Participantes
- Araceli Teixidó, Francisco Burgos, Myriam Chang, Xavier Esqué, Silvia Grases, Cecilia Hoffman y Juan Ramón Lairisa,
- Descripción
- La Comunitat de Catalunya de la ELP organizó el día 24 de noviembre un Sábado de la Orientación Lacaniana sobre el tema de PIPOL4, ”Clínica y pragmática de la desinserción en psicoanálisis”, con el objetivo de abordar la variedad clínica que se puede desplegar a partir de este título. Estas sesiones, que son tradición en nuestra Comunidad, se desarrollan durante una mañana y consisten en la exposición de media docena de ejemplos clínicos. Buscamos la concisión y la precisión en lo que se transmite.
Xavier Esqué hizo un esfuerzo para estar con nosotros en la apertura de la sesión, justo antes de salir hacia París para asistir al Forum Psi de la misma tarde. Recordó los antecedentes de PIPOL4, entre los cuales la propuesta de Jacques-Alain Miller en 2004 en Delfos de crear la red RIPA. Recordó que con ella se trata de mantener lo específico del psicoanálisis cuando el psicoanalista trabaja más allá de su consultorio, en instituciones asistenciales de todo tipo, o ejerciendo responsabilidades en el campo médico y psicosocial. La intención de segregar al psicoanálisis fuera de la sanidad pública, negar sus efectos y arrinconar su práctica como oscurantista y sectaria son constantes; la respuesta no puede ser encerrarse en el gabinete privado. En esta lucha el psicoanálisis sostiene su orientación a lo real, y no excluye la necesidad, siempre activa a lo largo de su historia, de reinventarse. Por su lado, el dispositivo de los CPCTs se sitúa plenamente en esta orientación clínica, con el valor pleno del encuentro con el analista y de su acto, es decir, a la medida del sujeto y ligada a la contingencia. De ahí nuestra perspectiva sobre la desinserción, que apunta a la clínica y a la pragmática, es decir, que implica introducir la dimensión del vínculo social y de sus fallas.
Araceli Teixidó expuso una práctica que realiza en un Hospital, y que se originó en una serie de encuentros casuales con la marginación a la que suelen estar sujetos los enfermos de demencia o de Alzheimer. Un tal diagnóstico produce un efecto de desanudamiento de los lazos con quienes le rodean: el enfermo deja de ser una persona fiable para ellos, y se les considera incapaces hasta de recoger un sobre que contiene las indicaciones del tratamiento. Pero precisamente su enfermedad les hace mucho más sensibles a las identificaciones que les vienen de los otros. Si bien el impacto que produce el diagnóstico sobre los familiares parece excusa para dejar de considerarlos poseedores de una subjetividad e incapaces de sentir angustia, basta, por ejemplo, detectar un tema de conversación que les interese y hablar con ellos, o dirigirles una mirada y recibir la suya, o hacer resonar alguno de los significantes clave en un relato, o explicarles a ellos y a su entorno el alcance del diagnóstico neurológico, para que se haga sensible una mejoría. La posición del analista se funda aquí en la posibilidad de nunca dar por sabido qué fue lo que se perdió.
Cecilia Hoffman habló de su práctica con niños muy pequeños. En este caso, también su entorno está muy afectado si aparece un síntoma: no sólo los padres, sino también los educadores, maestros, psicólogos, pediatras, enfermeras, trabajadores sociales, etc., fijados todos ellos en los problemas del “desarrollo”, y muchas veces fascinados por los manuales de autoayuda. En su lugar, se impone una respuesta. Pablo, por ejemplo, tiene algo más de dos años, no habla, deambula y arroja todos los objetos que encuentra. Su entorno sitúa todo esto del lado del déficit de atención. Pero pronto aparece que el problema es situar bien lo que falta: las cosas pueden estar rotas, o separadas, o desmontadas; pero todo esto es diferente del daño que él puede recibir a consecuencia de un golpe, que se registra como tal y se cura. Esta figura de la reparación ordena también la posición de la madre, que acepta traducir el dolor, para ella aún vivo, que le produjo el amantamiento de Pablo, a los términos de una existencia que la interpela a ella, como madre, en su vida y en su deseo.
Silvia Grases trabaja con enfermos de hemofilia, y constata hasta qué punto un diagnóstico así puede bloquear las preguntas del sujeto. De un lado tiene un valor de identificación cuando el sujeto se inscribe en una Asociación de Hemofílicos y establece un vínculo social; pero a la vez esta identificación anula todo rasgo particular. A. tiene 15 años; en su primera infancia sus padres murieron de sida, que se había contagiado a través de un tratamiento que en su momento se presentó como milagroso. Abandonado primero por sus padres a los cuidados de una abuela, adoptado luego por sus tíos, A. es diagnosticado de “déficit de la atención”, y tratado en diversos lugares y con diversos procedimientos en los que nadie presta atención a su historia. Pero gracias al dispositivo analítico se puede reinscribir la historia de la adopción, tanto para A. como para sus nuevos padres. Y ese mismo dispositivo permite luego a la Asociación que se ocupa de su caso asumir que su misión no es adoptar a todos los niños hemofílicos del mundo. Un equipo puede renunciar al ideal de omnipotencia y asumir algún saber sobre el goce que fundamenta sus fines, por más altruistas que sean.
Bien insertado en los dispositivos de salud mental infantil y juvenil, Francisco J. Burgos presentó el nombre de los bienes que circulan en ese ámbito: la erradicación del estigma y la discriminación, o la prevención del suicidio. De lo que se trata es de ponerlos a prueba en la clínica. Y entonces se percibe el papel del significante. Un joven de 14 años sufre la segregación que la terapéutica aplica a los “trastornos de conducta”: educación especial, residencia, etc. Las atenciones recibidas saturan su demanda; de modo que hay que crear un cierto vacío a su alrededor, incluso cuando juega con muñecas. Finalmente se abre la pregunta: tiene catorce años y no consigue eyacular cuando se masturba. Enigma del valor de una cifra oída en una enseñanza sobre la sexualidad, y que sólo encubre la cuestión irresoluble que le plantea la presencia en el mundo del Otro sexo. La cual se resuelve en su tiempo, a través de los avatares de la pubertad.
Juan Ramón Lairisa situó el lugar del analista en la institución a partir de la angustia que produce el fracaso de la ley. En una institución educativa, una niña de once años es diagnosticada de dislexia y TDAH y medicada con Rubifén. Además del bajo rendimiento escolar, está muy agitada cuando los miembros de su familia se ausentan: teme una desgracia. La cual, en el dispositivo analítico, se puede historiar, esto es, como enseña Lacan, histerizar: hace unos años, su perra, asustada por los petardos de una fiesta, se cayó del balcón y se mató; su cuerpo fue recogido por el servicio municipal de limpieza. En una pesadilla recurrente, su hermano la arroja a ella por el balcón. Tuvo un segundo perro, que murió tras comerse una paloma; esta vez el padre ofició una ceremonia de entierro que facilitó el duelo, tanto de esa muerte como de la primera. Ese acto simbólico permitió abrir nuevas preguntas para el caso, y para la angustia de los padres.
Myriam Chang refirió el caso de una mujer para quien la salida de la soledad pasa por el consumo de bebidas excitantes. Desconectada de las historias familiares, un amor la lleva a la bebida y a las relaciones sin historia. Hasta que un amor formal la lleva a Alcohólicos Anónimos y a tener una hija. Un nuevo enamoramiento no correspondido hace desplazar su amor a la imagen de un terrorista muerto, de cuya persona hace objeto de su curiosidad. Cuando ese amor se desplaza hacia un personaje de dibujos animados se da cuenta del rasgo de maldad que le atrae en el otro hombre. No en el suyo, con quien la vida continúa, aunque sea con la ayuda de pequeños trucos que en el fondo refinan a esa persona que admite saber, gracias al psicoanálisis, que no es una persona ordinaria.
Josep María Panés y Victoria Vicente, que coordinaron los debates, destacaron la manera en que, en todos los casos, se destacaba la articulación que exige la lógica del discurso analítico entre la desinserción del sujeto del síntoma en lo social y la manera como el psicoanalista se inserta en unos dispositivos en los cuales el psicoanálisis encuentra su derecho de ciudadanía. Una pragmática permite hacer converger el lugar con el lazo, el nudo con el agujero, de modo que la precariedad simbólica rebaje sus efectos. Entendiendo aquí que esa precariedad es la del Otro cuando por ejemplo se apoya en el poder de la ciencia para vaciar de todo sentido los significantes cruciales. Lo que quiere decir que hay que curar al Otro, a fin de permitir la apertura de pistas para la buena circulación.
Cuando hay inconsciente, ahí está el vínculo social si el psicoanalista se pone como su destinatario. Cuando no lo hay, el vínculo social es una invención, hecha a partir del cuerpo y de la lengua. Ahí, la pragmática puede fallar; o puede ocurrir algo mucho peor. Es así como la clínica de hoy nos lleva a constatar una desinserción fundamental del ser hablante. Fuerza es admitir, pues, que siempre quedarán cabos sueltos.
Antoni Vicens