Alocuciones institucionales
Alocución a la CdC de la ELP, Antoni Vicens
Este es un momento privilegiado para nuestra Comunidad. No debería ser excepcional.
Como decía Lacan en una ocasión, dirigiéndose a su Escuela, ésta "se presenta como una persona moral, es decir, que como cualquier otro cuerpo se sostiene con personas, personas físicas, y un peu là” [Autres écrits, pág. 293]. En efecto, la Escuela está formada por personas que están ahí, que hacen notar su presencia. El término que utiliza Lacan en esa ocasión incluye también una referencia al être-là, al Dasein, al estar-ahí.
Sin esas presencias que están ahí, efectivamente, no hay encuentros.
Nuestra Comunidad da cuerpo moral a una cierta proximidad geográfica de un cierto número de miembros de la ELP – cuyo presidente, Xavier Esqué, pertenece precisamente a nuestra Comunidad.
Al asumir la función de Director de esta Comunidad, entiendo que mi labor, y la de la Junta, ha de ser la de favorecer la proximidad de esas presencias. Procuraremos que así se haga. La labor y el trabajo de cada cual debe tener el lugar que merece en lo que circula en nuestra Comunidad, y más allá de ella. Es lo que hará que esas presencias no sean anónimas. De tal modo que nadie habrá de poder excusar su presencia – ni permitiremos que se favorezca a quienes creen poder hacerse presentes como ausentes, por los medios que sea. La ausencia, la de quien sea, es responsabilidad suya, no de la Comunidad, y menos aún de la Escuela. Contamos con todos los que están-ahí, sin excepción.
Esas presencias se concretan en lo físico, como dice Lacan en el comentario que cité antes. También se concretan en nombres propios.
Nuestra Comunidad está hecha de nombres propios. La lista de esos nombres incluye a los miembros de la Escuela que viven aquí cerca para que encuentren algo en común. Y pues de nombres propios hablamos, no estará de más recordar algunos que tuvieron un papel en la construcción de esa Comunidad, que contribuyeron a darle una “persona moral”, para seguir con los términos de Lacan. Algunos de esos nombres propios merecen ser citados, entendiendo que al mencionarlos glosamos el apotegma lacaniano según el cual debemos aprender a prescindir del nombre del padre con la condición de hacer uso de él. Son nombres que nos evocan la suposición de una adecuación del goce con el saber, y un significado probado por el uso.
De la manera más general, Sigmund Freud y Jacques Lacan, que no se pueden reducir a sus centenarios. Otros nombres interesan de manera diversa a los miembros de nuestra Comunidad. Oscar Masotta es un nombre que viene de lejos. El de Germán García provoca aún sensaciones. A partir de ahí sólo añadiré el de Jacques-Alain Miller, cuya proximidad llevamos sintiendo desde hace tantos años como el volumen recientemente publicado nos lo recuerda.
He citado algunos nombres, pero ellos no bastarían para ordenar el campo de nuestras diferencias. También cuentan los egos, de los que supuestamente prescindimos en nuestro trabajo como analistas, y que aquí se hacen ver y oír de maneras muy variadas – por fortuna. Con eso nuestra Comunidad se inscribe en la ELP, en la AMP y, en definitiva, se funde en la Comunidad imposible, la Comunidad por venir, de la Escuela Una.
Nuestra Comunidad es también de Catalunya. De todas las cosas que se pueden decir sobre el espacio geográfico y político que significa, sólo evocaré una cierta realidad de aluvión, generalmente reconocida. Creo que sabemos aprovechar en el mejor sentido esta realidad.
Aunque formamos parte como Comunitat de Catalunya de una política de más largo alcance que la que podemos calcular aquí, no me cabe duda de que la elección que acabamos de hacer tiene un sentido político. Esta política tiene un objeto: el objeto del psicoanálisis. El objeto que, como Lacan recuerda en la misma nota que vengo citando, divide al sujeto, lo hace desaparecer bajo el significante que lo representa, con los efectos de transferencia en que se asienta nuestro trabajo como psicoanalistas, y que nos dan los medios para vivir. Esta política tiene unos principios, sobre los que Jacques-Alain Miller coordinó un Seminario hace ya un tiempo. Tomamos buena nota del contenido de ese Seminario.
Pero para acercar más las cosas a la particularidad de este momento, me gustará leer unas frases de un gran poeta que estoy descubriendo, y que me está enseñando algo sobre el modo de gozar la lengua. El fragmento dice así: “Cuando el hombre tiene que hacerse una casa, su casa en medio de la naturaleza, que lo da y lo recibe a la vez, puede hacerla sin amor ni idea o con idea y amor, con poesía. El que la hace sin idea ni amor, que es, por desgracia de todos, lo usual, deja la casa y él se queda fuera de la naturaleza; casa y él son un postizo en el mundo. El que la hace con amor e idea consigue que la naturaleza asimile esa casa y a él con ella, asimilación que necesita del hombre su tierra y el hombre de su tierra como razón de ser, vivo, y de seguir viviendo en ella, hasta la otra fusión honda, gustosa también si ha sido la alta. El hombre vivirá así contento en la casa que se ha hecho a su gusto en la tierra y que la naturaleza ha hecho, con él, suya. Casa, vida y obra, sean cuales fueren, no puede ser ni en ningún sentido ni aspecto agregados, pegotes. Que no pueda decirse de ellos, de nosotros, lo que con frases exactas dice «todo el mundo» para designar un fracaso de hechura o acomodación: «Eso es un pegote».”
El poeta es Juan Ramón Jiménez, y las frases que he leído pertenecen a una conferencia que dictó en varios lugares de Latinoamérica, titulada “El trabajo gustoso”, pero que había dictado una primera vez en España, con el título de “Política poética”.
Os convido a que nos situemos entre esos dos títulos, el “trabajo gustoso” y la “política poética” o, si queréis, entre el “trabajo poético” y la “política gustosa”. Donde tenemos todavía muchas cosas que encontrar. Muchas gracias.